domingo, 29 de noviembre de 2009

Lo que el frío ha unido, que lo aproveche el hombre

Érase una vez un lago que se extendía pacíficamente en una isla. Era la puta del frío. Si tenían una relación bien avenida o no, nadie lo sabe. En cambio, es de sobra conocido que a todo el mundo le hacía feliz que estuvieran juntos cada otoño.


(La foto estará cuando la haga pequeña).

sábado, 17 de octubre de 2009

El país de las cosas con cosas

Después de algunos días descubriendo la dura realidad, Irene Adler piensa en las cosas con cosas. Y siente un asco difícilmente descriptible cada vez que encuentra un cereal nuevo entre la masa de pan que está masticando. ¡Cronch! De repente algo más duro. ¡Aghhh!, ahora hay muchas cosas más duras y se me están quedando en las muelas. Puaggghhh, ahora una… ¡dios!... ¿es una pipa?... Con el asco escrito en la cara, Irene Adler recuerda que hace tiempo que le debe a cierta persona una descripción sobre ciertos alimentos. Mientras piensa que aún no lo ha hecho porque cree que una descripción de tales características puede resultar increíblemente tediosa, su lengua está hurgando entre los picos de sus muelas intentando sacar las partes no homogéneas del pan. Y, claro, luego se quedan perdidas por su boca, de manera que Irene Adler tiene que masticar esas partículas con los incisivos. Parece que está comiendo alpiste. Desde luego, no es una situación que le agrade. En ese momento, encuentra un trozo de la pipa de antes. El estímulo activa alguna zona de su cerebro y quizá, para evadirse de la situación actual, comienza a recordar cómo se come a veces las pipas (solo a veces, que tampoco es tan friqui). Es posible que Irene lo recuerde porque nota que la pipa de su boca no tiene la misma textura que las pipas normales de bolsa. Está mucho más humeda y es un poquito más blanda, probablemente debido al agua del pan o al horneado. Y no pincha. A Irene Adler le hace gracia que las pipas pinchen. Cuando abre una pipa y la saca con cuidado con los dedos, se la mete en la boca y siempre busca la parte de arriba de la pipa, la que pincha. Le gusta pincharse la lengua un par de veces (será que es algo masoca), pero enseguida, el pellejito de la pipa se empieza a desprender. En ese momento, la atención de Irene Adler se desvía hacia el pellejito, que tiene que quitar de inmediato con los incisivos, mientras se saca la pipa de la boca con los dedos. El pico de la pipa desaparece en esta operación. El pellejito ha de masticarse muy brevemente con los incisivos mientras se disfruta de esa textura un poco pegajosa. Irene Adler se pasa la lengua por el incisivo donde se le haya quedado adherido el pellejo (suele ser el superior izquierdo, para qué nos vamos a engañar) y traga. Como hipótesis de trabajo, considera que el pellejo ha sido eliminado y puede continuar. Se mete la pipa de nuevo en la boca y disfruta enormemente de lo suave que está ahora. Entonces, como si algún programa cerebral se estuviera ejecutando, busca el surco que las pipas tienen longitudinalmente en cada cara y hace encajar sus incisivos en los surcos (los superiores y los inferiores, se entiende). Presiona. La pipa se rompe. Pero lo divertido es que las pipas se rompen en láminas y eso a Irene Adler le hace mucha gracia. Quizá porque es ordenado, pero aún se lo pregunta. Después ya solo queda tragar y masticar algún trocito rebelde con los incisivos.

Si Irene Adler lo piensa fríamente, es una forma muy metódica de comer pipas. Y muy analítica. Pero no sabe el por qué de ese pequeño programa mental. Para entonces, ya no tiene restos de pan en la boca e Irene Adler está abriendo un yogur de fresa. Mete la cuchara en el yogur, la saca llena y se la mete en la boca, y entonces, ay entonces, todas las alarmas empiezan a sonar de nuevo en su cabeza porque acaba de descubrir que tiene una cosa no identificada entre la lengua y el paladar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Después del agujero

En capítulos anteriores...

"La primera ventaja es que cuando el cuento llega al final no se acaba,
sino que se cae por un agujero, jruuuuuu, y el cuento reaparece
en mitad del cuento. Esta es la segunda ventaja, y la más grande:
que desde aquí se puede cambiar el rumbo."


Por una razón caprichosa de la elección humana, mi nombre es Irene Adler. Si hubo, hay o habrá otra(s) Irene(s) Adler es una cuestión que dejaremos decidir a los filósofos, a los psicólogos o, incluso, a los críticos literarios. Quiero dejar claro que me objetivaré cuando quiera. En dicha situación es posible que alguien se pregunte quién es Irene Adler. Es decir, si Irene Adler es el objeto del que se habla, ¿quién será el sujeto que habla? Creo que lo más parecido a la verdad que puedo responder es que será Irene Adler Perspectiva F.

Y hasta aquí la frialdad, que acabamos de salir de un maldito agujero. ¿Qué cojones...?

domingo, 13 de septiembre de 2009

The white hole

domingo, 21 de diciembre de 2008

...Y al final

Al final pasó lo que tenía que pasar, lo que solo en el clima de esta isla enclavada hacia el norte puede suceder: el deshielo en diciembre.


Y no sólo pasó eso. El último día que fue lectivo para mí, mientras andaba montaña abajo esquivando las placas de hielo que aún quedaban en la acera, comencé a escuchar que una voz femenina me cantaba una canción muy muy cerca. Me di cuenta de que me había parado:

“...Y al final
te ataré con todas mis fuerzas,
mis brazos serán cuerdas al bailar este vals.

...Y al final
quiero verte de nuevo contenta.
Sigue dando vueltas si aguantas de pie…”


Y al final quiero verte de nuevo contenta... Cuando reconocí la voz, no pude evitar sonreir ni empezar a tararear la canción. Y entonces, por fin, empecé a dar un paso, y otro, y otro...

domingo, 14 de diciembre de 2008

El (síndrome del) escaparate

Eileen I. Adler volvió a la vida rasgando las tinieblas de un delirio que le causaba extrañeza. No la había besado un príncipe, no la había besado un cura y no había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo. Quizá la había besado un adorno de navidad -el muy depravado- pero no lo recordaba. Como despertó en medio de la nieve, no tenía un espejo cerca para ver si tenía restos de purpurina o espumillón en los labios, así que se limpió con la manga del abrigo por si acaso (qué previsor el autor, que la había abrigado para toda esa nieve) y empezó a incorporarse. Por supuesto, inmediatamente se cayó de culo. Pero qué cojones es esto. ¡¡Una lápida!! No, una no, ¡¡miles!! ¡¡Esto es un puto cementerio!! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGHHHHHHHH.
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Y Adlernieves Abrigada corrió despavorida por todo el cementerio en busca de una puerta a otro lugar, a otro sueño, a otra vida, o a otra dimensión (conocida o desconocida) en donde no existieran las tumbas. Lamentablemente, no encontró ninguna puerta, pero sí lo que parecía ser uno de los límites del cementerio, que atravesó a la carrera. Se alejó de él unos metros, los suficientes para darse cuenta de que no estaba en Boston, sino en un sitio donde había unas casitas de madera muy monas y una cantidad considerable de nieve. No pudo determinar muy bien cuánto tiempo había estado ¿durmiendo, muerta, inconsciente? porque en aquel extraño lugar era navidad, al igual que en los últimos recuerdos que tenía de Boston.
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Controlado el susto inicial -no por la razón, sino por la extrañeza y la curiosidad que comenzaron a agrandarse en ella-, decidió pasearse un poco, a ver si podía averiguar dónde estaba. Antes de eso, se miró cuidadosamente la vestimenta. Como estaba fuera del castillo, ya no llevaba el vestidito de Adlernieves ni los zapatitos de tacón. Había vuelto a su atuendo de Adler, con abrigo-manta incluido. Tres complementos nuevos se le habían ensamblado: unas manoplas negras, un gorro marrón de lana y unas botas de nieve. Por supuesto, Adler le agradeció en silencio verbal a su autor el haberla abrigado de manera tan conveniente. Lo único que conservaba de su antigua condición de Adlernieves, aunque Adler nunca llegó a saberlo, eran restos de manzana en el tubo digestivo.
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Y mientras este pobre narrador perdía el tiempo describiendo el atuendo de Adler y vosotros, queridos lectores, perdíais el tiempo leyéndolo, Adler ya había visto unas diez casas y su estado emocional había pasado a INDIGNACIÓN. ¡PERO BUENO, ESTA GENTE ESTÁ LOCA! En Boston tenían cuatro obsesiones: el agua con hielo, el aire acondicionado, las manos y las chanclas de dedo en pleno mes de noviembre. Pero aquí están obsesionados con el exhibicionismo. Míralos, pero si dejan las cortinas abiertas con las luces encendidas y se ve toda la casa por dentro. Joder, ni que vivieran en un escaparate. Como era costumbre en ella tras un speech como este, sacó la cámara que aún conservaba en el bolsillo izquierdo e hizo una foto. No le dio tiempo a ver cómo había quedado e intentar mejorarla pues, según se grabó la imagen en la tarjeta, Adler comenzó a desvanecerse a cámara lenta.
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miércoles, 3 de diciembre de 2008

En el equilibrio

La nieve, que hace truquitos para desafiar la gravedad.



PS: Foto de móvil, sorry.